martes, 25 de febrero de 2014
Capítulo cuatro
Empujó aquella puerta entreabierta con
el lógico temor de quien se adentra en lo desconocido. La puerta
daba a una sala oscura de igual tamaño que el luminoso comedor que
abandonaba. Junto a una de las paredes de la sala, un enorme
proyector lanzaba su luz animada sobre la pared opuesta. Miró la
proyección sobre la lisa superficie. Sus
compañeros de partido cenaban y charlaban amigablemente y, entre
ellos, él mismo. Escuchó con atención lo que decían: no era sino
lo que se esperaba. Se escuchó a sí mismo: no era sino lo que ya sabía.
Tuvo un pensamiento perturbador: esas
imágenes podían ser proyectadas porque en algún lugar habían sido
o estaban siendo grabadas. Pero era evidente que no en el comedor ya
que, si así fuera, él no aparecería.
Observó que el cable de conexión
atravesaba la pared en que se apoyaba el proyector. Al otro lado se
escuchaban voces aunque no podía distinguir lo que decían.
Superpuestas, entremezcladas a las voces de la proyección, producían
un eco extraño.
Sin duda, se encontraba junto a un
Proyector de Realidad. Había oído hablar de ellos, pero pensaba,
como el resto de los habitantes de Inopia, que se trataba de un rumor
sin fundamento.
Los proyectores de realidad, según
este rumor, eran artefactos creados en la década del 50 de la Nueva Era por Ygor, el teórico del nuevo arte publicitario. Inducirían
una realidad virtual tan real como la vida misma de manera que “a
la conciencia de un ser real cualquiera no le sería posible
discernir en que lado de la realidad (actual o virtual) se
encontraba”. También se decía que, para que eso fuera posible,
ese ser tendría que ser condicionado desde el útero y sincronizarse
a algún tipo de implante digital en el cerebro... y todos sabíamos
que eso no podría ocurrir en una sociedad transparente, tersa y
clara, como Inopia.
Oyó la estridencia de una sirena y
abandonó atropelladamente la habitación. Al otro lado nadie se
había dado cuenta de su desaparición, si es que en realidad había
desaparecido pues... todo ocurrió como si girara el rostro 45 grados
en dirección contraria a como, hacía un momento, lo había girado.
lunes, 24 de febrero de 2014
Capítulo tres
La primera vez que el escritor vio una
zona oscura pensó que estaba alucinando, pero no se preocupó
demasiado. La alucinación en Inopia no estaba prohibida aunque era
una realidad de tercer orden. Según la verdad institucionalizada
había tres clases de realidad: la alucinación, la fantasía y la
imaginación. Sólo la imaginación se consideraba verdad, si bien
algunas fantasías y alucinaciones podían adquirir rango de verdad
si eran aceptadas por la mayoría, según el método instaurado por
las instituciones y autoridades elegidas.
Las zonas oscuras no estaban admitidas
pues, como se dijo en anterior capítulo, el país de Inopia era
necesariamente, y por ley, plano y claro. La ironía no se permitía,
se consideraba peligrosa porque abría el abismo sombrío de la
duda.
El escritor no vio la zona oscura
súbitamente sino una de esas puertas que, tanto él como la mayoría
de los habitantes de Inopia, habían visto muchas veces cerradas y
que, sin entender el motivo, en aquella ocasión se encontraba
abierta. Se hallaba en la convención anual del Partido Crítico y
Revolucionario MilDoscientosUno del que era miembro. Cenaban en el
bullicioso comedor, después de los discursos y debates del día,
cuando percibió la anomalía. Miraba con desgana como el líder
charlaba animadamente con el grupo dirigente, en cuya mesa se sentaba
en calidad de observador cualificado, cuando se dio cuenta de que
este se desdoblaba, así como Y y Z, con los que entabló una
conversación no habitual sobre sus intereses compartidos. Parecía
que se habían conchabado para apoyarse mutuamente. El escritor
escuchaba la conversación estupefacto, pero todavía más, porque
los demás no parecían percatarse de lo que estaban diciendo, a
pesar de que el volumen de sus voces era lo suficientemente alto como
para ser oídos por cualquiera de los presentes. Más estupefacto
quedó cuando al girar de nuevo el rostro unos 45 grados escuchó que
hablaban de los temas que todo el mundo esperaba. Volvió a girarse y
allí estaba la puerta entornada. En el hueco que dejaba la hoja de
la puerta y el marco se observaba una zona oscura o, quizá, turbia,
algo así como si el terso tejido de Inopia se hubiera destensado o
desgarrado o como si su clara trama se hubiera vuelto confusa. Esta
manera de explicarlo no era metafórica y, por eso mismo, la cosa en
sí era inexplicable y, por tanto, alucinatoria.
Capítulo dos
Conoció a X en la Universidad, donde
estudiaba para Técnico de Normalización y Cohesión Social. Se fijó
en él por primera vez en la clase de Planificación Social de la
Verdad. El profesor había estado hablando sobre la claridad de la
verdad, claridad que en Inopia significaba literalmente “sin
sombras”, y había dicho que para clarificar la verdad era preciso
la Planificación (literalmente convertir en un plano). Había
proyectado una diapositiva con el esquema, síntesis de nuestro
escudo, de la estructura social de nuestro país.
X se levantó en el turno de preguntas
y dijo:
-Según usted nuestro mundo es plano y
por eso claro, de ahí la necesidad de planificación constante de la
verdad, que es siempre “claramente social”, pero si giramos el
esquema que usted nos muestra de frente, es decir, si adoptamos otro
punto de vista, podríamos observar que lo que parece plano podría
tener algunas dimensiones hasta ahora no observadas o, al menos, no
descritas...
-¿Zonas oscuras? Bueno ya conoce
nuestras verdades institucionalizadas acerca de la perversidad de las
zonas oscuras. No obstante, usted sabe que puede constituir un
partido teórico-político para defender su opción, nuestra perfecta
democracia se lo permite...
-¿Se lo puedo mostrar?
Y sin dar posibilidad de negación al
profesor avanzó hasta el proyector introduciendo su lápiz USB. En
la pantalla apareció la siguiente imagen:
-Observen todo lo que no puede verse desde
un punto de vista frontal. Esas zonas oscuras, es decir, invisibles
desde un determinado punto de vista pueden, sin embargo, captarse desde
otro.
-Pero, no necesitamos tantos puntos de
vista, eso no es bueno para la normalización y cohesión social. En
cualquier caso, querido alumno, como ya desarrollé en mi
disertación, las verdades no institucionalizadas tienen posibilidad
en nuestro sistema de...
-institucionalizarse... sí, ya...
siempre que acepten clarificarse, es decir, someterse al único punto
de vista...
-...de la colectividad, no lo olvide.
-... mediante la planificación, etc. Y esa es precisamente la
trampa, porque una ver planificadas pierden su capacidad renovadora.
El escritor pensó que aquellos
planteamientos apuntaban mucho más allá de los habituales de los
críticos, renovadores y revolucionarios al uso, ya que ponían en
cuestión el sistema por el que en Inopia, país de la democracia
perfecta según sus autoridades, se permitía que “la creatividad
de los de abajo renovara constantemente las instituciones permitiendo
la participación de todos”, según el repetido eslogan.
-Supongo que es consciente -dijo el
profesor en un tono repentinamente amenazador- de que está
planteando una sombra de duda...
“Sombra de duda” era una expresión
que a todos nos repelía. Se hizo un silencio tenso que el profesor
destensó con maestría.
-Lo terso, liso y claro, es decir, lo
limpio... la duda ensucia con innecesaria ambigüedad, es vicio de
individualismo, nosotros creemos en el pensamiento colectivo. Ya
conocen la paradoja de Ygor, el eslogan que renovó nuestro arte
publicitario dando paso a una nueva época: es necesario planificar la
evidencia, la apariencia es la realidad... La clase ha terminado.
Les espero mañana. Tenga ustedes un claro día.
viernes, 21 de febrero de 2014
Capítulo uno
Como le era imposible determinar desde
cuando había vivido en Inopia el escritor comenzó a contar la
manera en que tomó conciencia de que vivía en aquel país. Recordó
cómo desde muy pequeño había tenido sospechas de que algo extraño
sucedía en la manera de actuar de sus familiares, amigos y
conocidos, sobre todo por esas oscuras zonas entrevistas en los
pliegues nunca esclarecidos de sus palabras, en la contradicción
socialmente aceptada entre lo que se decía y lo que se hacía, en
sus actividades sin conexión con la vida sino más bien con los
ritos de las instituciones y los valores y convenciones de las
autoridades, en esos poderes y privilegios concedidos que entendía,
con candor infantil, que no emanaban de un poder de la naturaleza
sino de la incomprensible concesión de sus
conciudadanos.
La sospecha se transformó en duda al
conocer a X. Ya no era un niño y su candor se transformó en
conciencia. Primero supo que X no formaba parte de ninguno de los
grupos habituales, luego que ni siquiera era miembro de ninguno de
los grupos sociales permitidos ni prohibidos, ni instituidos ni en
proceso de constitución. Si carecía de criterios fijos en dónde
radicaba la opinión de X. Aún más, quién era X. ¿Cómo podía
ser alguien aquel que ni formaba parte de un grupo ni tenía una
ideología que seguir? Sin embargo parecía una persona normal,
integrada, incluso buena... ¿o quizá no?
Comenzó a observarlo, a seguirlo de
manera obsesiva, creyó incluso ser él. Un día desapareció sin que
nadie le pudiera explicar a donde se había ido. Con el tiempo supo,
no podía ser de otra forma, que había abandonado el país.
El recuerdo de sus palabras, de sus
gestos, de sus actos le acompañó durante mucho tiempo. Trató de
explicar lo inexplicable, pero no podía porque todavía seguía viviendo en
Inopia.
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