lunes, 24 de febrero de 2014
Capítulo tres
La primera vez que el escritor vio una
zona oscura pensó que estaba alucinando, pero no se preocupó
demasiado. La alucinación en Inopia no estaba prohibida aunque era
una realidad de tercer orden. Según la verdad institucionalizada
había tres clases de realidad: la alucinación, la fantasía y la
imaginación. Sólo la imaginación se consideraba verdad, si bien
algunas fantasías y alucinaciones podían adquirir rango de verdad
si eran aceptadas por la mayoría, según el método instaurado por
las instituciones y autoridades elegidas.
Las zonas oscuras no estaban admitidas
pues, como se dijo en anterior capítulo, el país de Inopia era
necesariamente, y por ley, plano y claro. La ironía no se permitía,
se consideraba peligrosa porque abría el abismo sombrío de la
duda.
El escritor no vio la zona oscura
súbitamente sino una de esas puertas que, tanto él como la mayoría
de los habitantes de Inopia, habían visto muchas veces cerradas y
que, sin entender el motivo, en aquella ocasión se encontraba
abierta. Se hallaba en la convención anual del Partido Crítico y
Revolucionario MilDoscientosUno del que era miembro. Cenaban en el
bullicioso comedor, después de los discursos y debates del día,
cuando percibió la anomalía. Miraba con desgana como el líder
charlaba animadamente con el grupo dirigente, en cuya mesa se sentaba
en calidad de observador cualificado, cuando se dio cuenta de que
este se desdoblaba, así como Y y Z, con los que entabló una
conversación no habitual sobre sus intereses compartidos. Parecía
que se habían conchabado para apoyarse mutuamente. El escritor
escuchaba la conversación estupefacto, pero todavía más, porque
los demás no parecían percatarse de lo que estaban diciendo, a
pesar de que el volumen de sus voces era lo suficientemente alto como
para ser oídos por cualquiera de los presentes. Más estupefacto
quedó cuando al girar de nuevo el rostro unos 45 grados escuchó que
hablaban de los temas que todo el mundo esperaba. Volvió a girarse y
allí estaba la puerta entornada. En el hueco que dejaba la hoja de
la puerta y el marco se observaba una zona oscura o, quizá, turbia,
algo así como si el terso tejido de Inopia se hubiera destensado o
desgarrado o como si su clara trama se hubiera vuelto confusa. Esta
manera de explicarlo no era metafórica y, por eso mismo, la cosa en
sí era inexplicable y, por tanto, alucinatoria.
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